Parece que las noticias cada día son más desalentadoras: crece el número de contagios, seguimos sumando fallecidos, los centros de salud y sus teléfono colapsados, las ucis vuelven a tener una actividad preocupante. Barrios y pueblos confinados, restricciones de movilidad, horarios cada día más reducidos, residencias aisladas, colegios, institutos y universidades que vuelven sin volver del todo. Negocios que no abren y los que abren vuelven a cerrar, cada día más familias sin recursos, más paro, menos consumo, la economía en caída libre y esos sanitarios a los que aplaudíamos aún sin dignificar sus condiciones y sus salarios y además los están despidiendo. Y esa curva que felices creíamos doblegada ahora vuelve a ser ascendente.
Parece que no salimos más fuertes, parece que ni siquiera salimos. Estamos sumidos en una espiral de incertidumbre y ya somos conscientes de que nada será como lo conocíamos. Que no se trataba de una “nueva normalidad” sino de otra cosa, que es cualquier otra cosa menos normal. Que el verano iba a matar al virus y lo que ha hecho en realidad ha sido revivirlo. Que la vacuna iba a estar a final de año y no sólo no estará sino que además no se le espera. Que las mascarillas eran recomendables y ahora no sólo son obligatorias, sino que son y serán por tiempo indefinido imprescindibles. Que estábamos deseando salir de casa y ahora vivimos con el miedo de no volver a entrar o peor aún, de volver a entrar y otra vez no salir.
Parece que en lugar de vivir sin miedo como siempre hemos pretendido, nos estamos acostumbrando a vivir con miedo. Bueno aunque no sé si a eso se acostumbra uno, incluso no sé si es bueno acostumbrarse, supongo que no… Y lo peor es que no sólo tenemos miedo a lo desconocido, a la enfermedad o a la muerte, que entraría dentro del temor normal, sino que estamos sufriendo el peor miedo de todos, el miedo a vivir. Estamos tan preocupados por lo que pasará, por lo que vendrá, por los que nos faltarán, por qué será de nosotros, que por el camino nos estamos dejando lo más importante, vivir. Estamos tan preocupados por mañana que se nos está olvidando el hoy. Nos asusta tanto el futuro que no nos damos cuenta del presente.
Y parece que no hemos aprendido nada, parece que se nos ha olvidado que ya no podemos hacer planes, que lo único cierto es que todo es incierto, que no podemos controlarlo todo porque no todo depende de nosotros. Y es verdad que no podemos vivir con un plazo de aquí y ahora porque necesitamos un mañana y un pasado mañana, incluso pensar que nunca es tarde; pero el problema es que el miedo mata la ilusión y los sueños y nos paraliza. Y así es como nos quieren anestesiados, atemorizados, paralizados, conformistas y por eso nos debemos rebelar y no consentir que el exceso de presente nos haga perder la esperanza.
Aunque también parece que algunos no tienen miedo y esos son los que más nos hacen temer, porque con su temeridad nos vuelven aún más vulnerables. Y es verdad que siempre nos han dicho eso de “elige vivir sin miedo o vivirás arrepentido”, pero con la que está cayendo, dejaremos la frase para un póster o un calendario, porque temer es humano. Y aunque este 2020 está resultando un “timazo”, no nos queda otra que vivirlo aunque sea con miedo.
Esther Ruiz