Eran muchos los males que nos acontecían como sociedad antes de este “memorable 2020” y sólo nos faltaba una pandemia mundial para ponernos la puntilla.
Males de un primer mundo cada vez más conectado y sin embargo más incomunicado. Durante tres meses vivimos en un espejismo de solidaridad que pronto se nos ha olvidado. Ya se nos van olvidando los vecinos con los que aplaudíamos al ritmo de Resistiré, ya no podemos ni tan siquiera bajar ni subir con ellos en el ascensor, porque ahora somos todos sospechosos.
Ya volvemos a estar en un cabreo permanente, malencarados, enfadados con el mundo. Ya no podemos ni mostrar la sonrisa, ese lenguaje universal que tanto se agradece o al menos se agradecía. Si ya éramos individualistas ahora nos estamos haciendo expertos. Y lo peor de todo, estamos educando en ese individualismo. Porque nos hemos pasado la vida intentado que los niños compartiesen y ahora nos aterra sólo la idea de que lo hagan. Esa frase tan de nuestros padres de “amar es compartir” la tenemos que ir olvidando, porque todo apunta a que el bicho ha venido para quedarse.
Y por si nos faltaba algo, ahora teletrabajamos, eso quien aún tiene trabajo. Y lo hacemos a través de una pantalla, de un email, de un teléfono y a ser posible sin vernos la cara. haciendo cada vez más difícil las relaciones personales. Y si nuestros mayores han pasado el confinamiento solos, ahora siguen solos y antes no íbamos a verlos porque no podíamos, pero ahora no vamos porque estamos muertos de miedo y nuestra conciencia y nuestra pena no nos dejarían vivir si les pasara algo por nuestra culpa.
Y si ya había mediocres, ahora se han multiplicado, han tomado el poder. Porque donde se saben mover realmente es en el temor, en la incertidumbre, en el miedo. Acusan, dan la vuelta, “malmeten” como nadie y este es un momento ideal para hacerlo, ya que no tienen escrúpulos y no pueden destacar gracias a ningún talento. Y ahora todo se mide en likes, en tweet y retweets y en followers. Y en eso también es en lo que estamos educando a nuestros niños. El esfuerzo, la excelencia están sobrevalorados, son de otro tiempo, que por desgracia, no sé si volverá.
Y a todo esto le sumamos que nos hemos vuelto fríos hasta insensibles en muchos casos. Hemos pasado de escuchar, de ayudar al “sálvese quien pueda”. Miradas que asoman por encima de una mascarilla y que en muchos casos, no sabemos ni descifrar…
Y es que necesitamos piel, necesitamos sentir, necesitamos abrazos que todo lo curan, necesitamos besos que no terminan nunca, fundirnos en un reencuentro sin codazos ni manos en el corazón. Aunque de momento, parece que todo esto forma parte del recuerdo.
Tenemos que vivir con mascarilla, pero no deberíamos aprovechar para escondernos detrás de ella. Tenemos que vivir a dos metros de distancia pero no deberíamos separarnos. Tenemos que vivir sin compartir pero no deberíamos olvidar el nosotros… Tenemos que vivir diferente pero no deberíamos permitir que ni una pandemia nos convierta en todo lo que no queremos ser.
Esther Ruiz